La bailaora lojeña Carmen Vílchez, acompañada a la guitarra por Julián y al cante por Lidia, demostró el viernes por la noche la constante evolución de su, aunque joven, prometedora carrera artística.
La terraza de la Peña Alcazaba, llena a rebosar, acogió una actuación en la que se observó claramente cómo Carmen va adquiriendo una personalidad propia dentro del mundo flamenco.
Con dos pases de casi quince minutos cada uno, la artista demostraba su dominio del tablao, sintiendo intensamente cada uno de sus movimientos y haciéndoselo sentir a cuantas personas la admiraban absortas.
La cadencia, el estilo, la elegancia, el embrujo, la soltura… y su mirada, sostenida hacia el horizonte, configuraron un perfil que arrebató a la noche su belleza y su magia, meciéndose Carmen entre los gritos de “guapa”, como si de versos se trataran sus manos, su talle y el aire que despertaba.
Apasionada Carmen sobre la tarima, respondiendo ésta con sus ecos más nobles y sonoros, al taconeo vertiginoso de la bailaora, agudizando los sentidos, confabulándose con la respiración entrecortada y expectante del público, hasta acabar en un suspiro hondo y verdadero.
Al final, la sensación de haber estado junto a ella en todo momento, como su sombra, de haber palpitado con ella en cada esfuerzo, como su aliento, de haber subido con ella al cielo que se abría al revoloteo de sus pies y sus manos.